
La incógnita de lo humano vive en lo salvaje. No en la tecnología. La condición de su humanidad no es el fantasma en la máquina, otra de sus filiaciones, sino, esencial, el devenir brujo de lo animal. En la manada, en la multiplicidad de la naturaleza, en el uno que contagia comunidad e hibridez. Peter Rock construye un ciclo que nada en aguas destempladas, que nunca son el agreste hollywoodense del autobús Into the Wild, sino el desafío de la intemperie desnuda que enfrentan sus niñas bravas. Caroline, Audra, Vivian y Francine crecen y se empoderan respirando Walden y Klondike, en la naturaleza que civiliza. “Me gustaría creer que no somos estos cuerpos inferiores, sino seres utilizando estos vehículos para cumplir un fin”, en una de las cartas de la protagonista de “El ciclo del refugio”, la última novela del norteamericano publicada por Ediciones Godot. Perderse en el ser definido por la sociedad, vacilar el yo, y encontrarse en el saber indistinto del planeta, uno de los secretos de los cuentos para no dormir de Peter Rock.
La última novela conocida entre nosotros delinea el mapa a lo desconocido que Rock empezó en 2009 con su aclamada “Mi Abandono”, la primera novela publicada en castellano en 2019 también por Godot. En 2021 nos fuimos a cruzar la calle en busca de “Klickitat” (2016), donde el autor nacido en Salt Lake City nos corría a perseguir a dos niñas en el bosque, Vivian y Audra, “las tormentas eléctricas se hacen de una maraña de nubes livianas”. Ellas inspiradas en la Caroline de aquel lanzamiento en lengua hispana, que también entra provocadora y elegíaca en la ruta de Francine y Colville de “El ciclo del refugio” (2013), “una de las preguntas en “Mi Abandono” era de dónde venía Caroline, cuál era su historia anterior. Cuando empecé “El ciclo del refugio” tenía la idea de que sería más basado en la historia de esta iglesia –la Iglesia Universal y Triunfadora, fuente verídica de Rock, que colabora regularmente en publicaciones con non fiction– pero finalmente tomé sólo algunas referencias sobre sus creencias. Y las retomé para introducirlas al universo de “Mi abandono”, basada también en una historia real, de un padre que vive con su hija en un bosque. Fue la opción de sentirme más cómodo como escritor y encontrar el equilibrio porque había recogido montañas de información, y entrevistas, a exmiembros del culto. Y, por otra parte, quería rescatar a esas personas importantes que conocemos cuando niños, y tal vez, nunca más los vemos, aunque compartimos con ellos un momento de nuestras vidas fundamental, descubriendo el mundo”, remarca al personaje de Colville, y su viaje surrealista, sin perder la dureza de la roca, ni dejar de sentir la brizna sobre las copas de los árboles.
—PERIODISTA: Con Francine, ¿quiso entregar a los lectores una versión de Caroline creciendo en la ciudad?
—PETER ROCK: Tal vez, no lo puedo asegurar. También creo que mi relación con estas niñas que desaparecen cambió a lo largo del tiempo. Creo que se identifica con mi ansiedad por la paternidad, ya que Caroline corresponde al nacimiento de mi primer hija. Con los libros, mis dos niñas van creciendo, y en “Klickitat”, otra niña diferente desaparece. Y eso creo demuestra mi mayor miedo del momento: mis hijas decidiendo ya no vivir conmigo. Me parece fascinante ahora que se editan en Argentina en serie, luego de casi una década, descubrir los nexos entre los libros, que en al escribir no parecían evidentes. Estas repeticiones pueden ser indicios que voy entrando en las historias de estas niñas perdidas de una manera más profunda, o un rasgo de vagancia (risas). Pero nunca como escritor escribí desde mi perspectiva o con una determinada intención. Siempre busqué salirme del yo y con voces muy diferentes. En el caso de “Mi abandono” era una pequeña y yo andaba por los cuarenta. Una edad diferente, una vida diferente, permite sentirme lo suficientemente confundido y lanzarme a escribir. Estas jóvenes están desempoderadas y tratan de ganar ese poder. Esos son sus viajes.
—P: Hablamos de las similitudes, pero en “El ciclo del refugio” no escuchamos niñas sino adultos.
—PR: En el caso de esta novela entrevisté a personas reales que habían sido niños en los ochenta, y lo que me interesaba eran los cambios, ya que ellos habían crecido libres, en un entorno salvaje, con la idea de que iban salvar el mundo juntos a su padres, sobreviviendo en refugios, y en lugares inhóspitos. Y treinta años después se dieron cuenta que esto era difícil, que el mundo no terminó; si bien algunos pensaban que había acabado y estábamos viviendo un simulacro. Entonces para esta historia me pareció mejor alejarme de la primera persona, me enfoqué en la tercera persona de un adulto, que permite mayor drama, mayor diálogo, y una mayor descripción y realismo. Pero también en este libro me permito por primera vez una dimensión sobrenatural, en una experiencia compartida.
El más acá de Peter Rock. Una arista que muerde la historia de “Los nadadores nocturnos” (2019), finalista del premio PEN/Faulkner, y traducida en 2022 por Micaela Ortelli, al igual que el resto de la obras del catálogo Rock en Godot, “En general, pregunto a amigos de lenguas que no conozco, como el francés o el alemán, países donde aparecen mis relatos, y cuando encuentro que alguno encuentra diferencias con el original, hablo con los editores. No ha sido el caso en Argentina. Si el libro encuentra sus lectores es porque la traducción ha sido realizada de manera correcta. Y que el traductor, incluso, es mejor escritor que yo”, comenta el narrador que debutó en 1997 con “This Is the Place”, una oscura trama entre un croupier anciano y una veintiañera mormona. Rock cuenta con nueve novelas y un libro de relatos cortos, “The Unsettling” (2006). Del mismo modo, el norteamericano valoriza el arte de la edición nacional, con los significativos y envolventes dibujos y diseños de Adehoidar, Víctor Malumian, Max Amici, entre otros.
“Siempre me pregunto cuán consciente podemos son los escritores de lo que estamos escribiendo”, revuelve los vínculos padre-hija Rock, que vive en Portland, Oregón, con esposa y dos hijas, a pocos kilómetros del Forest Park donde vivieron los personajes reales de “Mi Abandono”, “En el período que escribí estos libros estaba descubriendo la paternidad, sus modos, y compartía mucho tiempo con mis dos niñas. Así que ellas me tuvieron, y me tienen muy presente, debido a que en casa los roles están invertidos, y mi esposa pasa más tiempo fuera. Así que conozco de lazos fuertes con los hijos aunque bastante lejos están los modelos de paternidad controladores del estilo Padre-Caroline. También tuve un padre maravilloso, que falleció hace poco de demencia, y me basé bastante en esa relación, muy estrecha. Éste tipo de experiencias personales llevadas al papel pienso me posibilitan reflexionar a cómo vivimos, las chances de ser mejores personas, y los vínculos entre las personas. Entonces, como padre siempre me pregunto qué clase de ejemplo quiero dar a mis hijas, qué clase de preguntas quiero que ellas se hagan, y surgen naturalmente a través de mis libros”, admite el escritor a quien Netflix versionó en “Leave no trace” (2018) de Debra Granik, inspirado en la Caroline que siente “en las plantas de los pies descalzos que Padre dice mi nombre”.
—P: “Klickitat” que significa “más allá” para los aborígenes estadounidenses Yakama, pero asimismo, es la calle donde viven las famosas hermanas literarias Ramona y Beezus de la saga de Beverly Cleary, empezó siendo un texto para leer a sus hijas, pero mutó, incluso con personajes un poco siniestros como Henry, o las enseñanzas de supervivencia extrema y paranoica de Tom Brown Jr., ¿qué pasó?
—PR: Creo que esa novela es un buen ejemplo de que no puedo controlar mis intenciones. Tenía el deseo de escribir algo para mis pequeñas, pero después se volvió algo sombrío. Ellas a veces leen algunas cosas mías y preguntan por qué escribo esas cosas. Y creo es debido a que me gusta estar metido en mis historias, en las acciones de mis personajes, con algún pensamiento o reflexión. Incluso cuando empecé a escribir “Klickitat” busqué un editor distinto, más concentrado en un público juvenil. Pero leían los primeros capítulos, veían que no era más simple que otros títulos míos, menos feliz. Éste libro me sirvió mucho para mis posteriores sin embargo, porque fue ese proceso de reescritura el que me fue desafiando más. Con este relato de Audra y Vivian aprendí qué no soy el tipo de escritor que sabe todo y que ninguna invención queda cerrada de manera definitiva. Soy un escritor que está abierto a la historia. Y dejo que otros descubran para quién es la novela”, sintetiza el profesor de escritura creativa en Reed College de Oregón.
Mi naturaleza. Aquella “Mi Abandono” ponía en clave positiva la autodeterminación final de una mujer que rompía “el estado de desesperación calmo” que vivimos en el “desierto” de la sociedad de consumo, abandonarse en “el camino maravilloso de la vida para ser grande, que es mantener la dulzura”. “La mayor parte de los hombres, incluso en este país relativamente libre, se afanan tanto en innecesarios artificios y labores absurdamente mediocres, que no les queda tiempo para recoger los mejores frutos de la vida” sentenciaba Thoreau en “Walden” (1854), el seminal relato de su vida retirada en un lago de Massachusetts, y que es un compañero de ruta indispensable de los personajes de Rock, junto al tridente de triples nombres de Ralph Waldo Emerson y Jean-Jacques Rousseau. En el influyente “La desobediencia civil” (1849), rescatado por Gandhi en las luchas contra el colonialismo, y que origina hoy una corriente relevante de pensamiento liberal y republicano, Thoreau anota, “Rompe la ley. Haz que tu vida sea una contrafricción para detener la máquina. Lo que tengo que hacer es observar, en cualquier circunstancia, que no me presto al mismo mal que condeno”. Caroline rechazando las luces de los centros comerciales, Audra destrozando celulares y computadoras, Francine retornando el refugio de la iglesia en medio de la nada a punto de parir, todas anhelando recoger los “mejores frutos de la vida”, que implica “no aferrarse a las cosas”. Aunque ninguna baila alrededor del buen salvaje, en el malestar de la cultura, cargadas sus mochilas de manuales de supervivencia, mapas, enciclopedias y novelas de aventuras.
—P: Jack London proyecta un aire de familia en sus novelas, ¿cuánto influyó en usted el escritor de “La llamada de lo salvaje”?
—PR: Me complace encontrar esa similitud que es más bien aspiracional. Emerge en estas historias propias, donde chicas escapan a un entorno más salvaje, algo que remite al Yukón de London. Eso no lo había pensado pero me doy cuenta que eran los cuentos que contaba a mis hijas a la noche. Y eran los mismos libros que mi padre me leía. Libros que me enseñan y me siguen sorprendiendo. Y me parece que muchos autores categorizados como infantiles, o juveniles, son maravillosos a nivel de la narración y el pensamiento. En el caso de Jack London no solamente describe el entorno salvaje sino la conciencia animal. Percibe la enorme pericia animal en este mundo. De las grandes preguntas en mis textos es si seguimos siendo animales, y cuánto de la conciencia animal nos queda.
—P: En sintonía con London, quien fue básicamente un autodidacta y voraz lector al igual que los personajes suyos Rock, el llamado a la naturaleza viene como una construcción de la cultura…
—PR: Es bastante curioso porque todos estos personajes se quieren alejar de la civilización, pero en algún lugar comprenden que es imposible. Entonces, acá surge la pregunta de qué partes elegimos mantener de la cultura. En el caso de Caroline, ella conserva al muñeco, los libros, los diccionarios, poniendo también la pregunta de cuántas cosas tendrías que llevarte para no dejar del todo la sociedad. Cuántas cosas necesitas para seguir siendo humano. Qué ejemplos te llevarías. Creo que el impulso de alejarse avisa de esa necesidad de separarte de algo que te está contaminando. Que te envenena. Pero no deja de ser cierto el miedo a perder la forma humana. “Ojalá pudiera descifrar ese paso a animalidad. Encontrar en la identidad animal, el humano. No tenemos conciencia de nuestra parte animal”, comenta el autor de “Carnival Wolves” (1998), una novela inédita en español, su primera incursión en la animalidad y los fracasos de domar lo salvaje, dentro y fuera, “Y si bien estamos conectados biológica y emocionalmente con el mundo salvaje, muchas veces nos olvidamos de él. En “Mi abandono” imaginé un personaje que se llama “Sin nombre” y que intenta convertirse en animal. Traté de escribir incluso una novela, donde la hermana intenta encontrarlo, pero no funcionó. Muchas de mis novelas conllevan una aproximación a analizar qué sería ser animal. Y, además, comprender un montón de maravillas que hemos olvidado. Porque muchos de los sentidos en este mundo se han achicado, se han reducido. Todo el tiempo pregunto lo que significa en amplitud ser humano y cómo mostrarlo en mis novelas. Creo que continuar en la senda de estas preguntas me permite entender más lo que es ser animal, lo que es ser humano”, comenta Rock, quien dialoga con la búsqueda de los azules en las montañas de Rebecca Solnit de “Una guía sobre el arte de perderse” (Fiordo, 2020), “No perderte nunca es no vivir” repite la ensayista, y con el ecologista Carl Safina, quien en “Becoming Wild: How Animal Cultures Raise Families, Create Beauty, and Achieve Peace” (2020) se pregunta “¿Cómo una ballena encuentra significado en la vida?” En Rock, estos disparadores se condensan en narrar cómo se diluye la idea del Hombre, o Dios, en una Naturaleza rica, necesaria y primordial.
Para comenzar todo de nuevo. “Observa, amigo, el lujo de las casuarinas de la costa. / Ya son agua” son los versos de Arnaldo Calveyra que seleccionó Selva Almada en “No es un río” (Random House. 2020), y que podrían responder la pregunta de Safina. Esta novela de la argentina, que completa su trilogía masculina inaugurada con “El viento que arrasa” y seguida por “Ladrilleros”, explora las espesuras simbióticas entre la naturaleza y el hombre, cruzadas en el barro de las violencias y los recomienzos inundados de río. “Miro el río. Estremece no saber lo que da” en “Isla adentro” del poeta santafesino César Bisso. Curso barroso, nervio de latinoamericano amado y temido, y ejemplo de vida, de Horacio Quiroga. “El día siguiente los chicos extrañaron, efectivamente algunas costumbres raras del coaticito. Pero como éste era tan bueno y cariñoso como el otro, las criaturas no tuvieron la menor sospecha. Formaron la misma familia de cachorritos de antes, y, como antes, los coatís salvajes venían noche a noche a visitar al coaticito civilizado, y se sentaban a su lado a comer pedacitos de huevos duros que él les guardaba, mientras ellos le contaban la vida de la selva”, en los “Cuentos de la Selva” (1918) de Quiroga, uno de los pioneros rioplatenses que restauraron el verde vida y misterio, e iluminaron el rostro humano comprometido con el planeta. Rock, por demás, un fino conocedor de la literatura argentina, admirador de Julio Cortázar y Jorge Luis Borges, admite en su primera visita al país que “Argentina existía para mí desde antes, en la literatura. En Buenos Aires es como caminar entre muchos libros que admiro como “Bestiario” o “Ficciones”. El hecho que mis libros se lean en el país de Cortázar y de Borges es algo que halaga muchísimo”, puntualiza.
—P: ¿Cuánto influye la naturaleza en sus trabajos?
—PR: Mi tiempo con la naturaleza fue cambiando con las responsabilidades familiares. Pero lo que mantuve de joven es salir a nadar en cursos naturales. Nado más de una hora, a la intemperie. Creo que para cualquier escritor, cualquier humano, esa sensación de estar expuesto a animales salvajes, es una muy buena manera de empezar un día. Hacen sentir que somos parte. Y elegí vivir en Oregón porque estoy cerca de las montañas, cerca del océano, y tengo un entorno salvaje que me enriquece, más allá de la escritura.
—P: Sue Hubbell, Doug Peacock, el argentino-norteamericano Mike Wilson de “Leñador” (Fiordo, 2015), y varios escritores e intelectuales en el mundo, en una suerte de pequeño boom editorial, plantean sendas y atajos de retorno a lo salvaje, ¿se siente cercano?
—PR: Ellos nos están interpelando sobre la vulnerabilidad contemporánea y sentimientos hacia poderes más grandes como es la Naturaleza. Creo que lo que demostró la pandemia fue un cambio importante y generó que la humanidad se sienta más vulnerable. Ahora, estoy trabajando en un libro donde hay tres personas en una isla y toda su comunidad ha sido diezmada. Y se trata de crecer sin padres. Sobrevivir es un tema que fue resaltado por la pandemia y que el nuevo milenio había olvidado. Y que nos genera cierta presión mirando al futuro, sin entrar en el desastre climático. En la literatura siempre resuenan las preocupaciones de la actualidad y la pandemia, sin duda, ha sido un gran llamado de atención para el mañana de la especie.
“Es mi parte de tierra la que llora por los ciruelos que ha perdido.” (Para comenzar todo de nuevo) de Héctor Viel Temperley.
Agradecimiento a la intérprete María Paula Vasile.